No se permitirán niños menores de 18 años
Un espectáculo desconcertante y casi mudo, desprovisto de sus habituales soliloquios, con el que lleva al límite su alergia a la complacencia.
El dolor es una constante en la obra de Angélica Liddell. Por lo tanto, que llegase el cruce con el mundo del flamenco solo era cuestión de tiempo y madurez. Como dice la misma artista, no hace falta cantar ni bailar para ser flamenco, solo te hace falta una causa. Y esta causa pura es sufrimiento. Un dolor del alma que lleva como adjetivo el mote terebrante: el sufrimiento causado por perforar una parte del cuerpo ya dolorida.
Un dolor que no mata, enloquece. Una experiencia inspirada por la figura del cantaor gitano Manuel Agujetas y la siguiriya, un cante de velatorio, de amor y muerte, trágico y solemne.
El mundo de Liddell atravesado por el quejio, el "ay" primigenio, el grito esencial.